“Cuando ya se acercaba
el tiempo en que Jesús había de subir al cielo, emprendió con valor su viaje a Jerusalén”. (Lucas 9:51 DHH)
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alta
poco para la semana santa! Es un tiempo que la mayoría dedica al descanso, la
diversión, las celebraciones con los seres queridos, la playa, entre otras
actividades. Para algunas personas significa toda una semana de asueto y para
otras, cuatro días, por lo menos. ¡Cuánto deseamos que lleguen esos días para
zafarnos, aunque sea por pocos días, de la responsabilidad de nuestros deberes
y obligaciones! No obstante, para Jesús, esa primera semana santa no
significaría diversión y esparcimiento, sino, en las palabras del Primer
Ministro de Inglaterra para la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill,
“sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. El mismo Jesús les comentaría a sus
discípulos que “le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser
desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas,
y ser muerto, y resucitar después de tres días”. (Marcos 8:31).
Me impacta la narración de Lucas de aquel momento en que
Jesús decidió encaminarse hacia su sentencia de muerte: “Cuando ya se acercaba el tiempo en que Jesús había de subir al cielo…”
¿Te imaginas la escena? Jesús mirando hacia Jerusalén, la ciudad que debía
recibirle como Rey y Mesías, era precisamente el lugar donde sufriría la muerte
más cruel inventada por el hombre. ¡Cuántas emociones revolviéndose en su
estómago! ¡Cuántos pensamientos se cruzaron por su mente! ¡Cuántos recuerdos de
su niñez, su familia, de las profecías que hacían referencia a él en ese tiempo
que estaba por cumplirse! Cualquiera de nosotros, al tener consciencia de un
futuro tan doloroso, hubiese salido huyendo en el primer camello que hubiese
pasado a nuestro lado; mas Jesús no lo hizo. En cambio, él “…emprendió
con valor su viaje a Jerusalén”. ¡Qué increíble su claridad acerca de
lo que significaban el compromiso, la responsabilidad, la disciplina, el
sacrificio y la recompensa postergada, entre otros valores!
Cuando llegó el tiempo de ir a morir a Jerusalén, Jesús emprendió su viaje. No evadió el
compromiso con su misión, más bien, comenzó la obra de ir a la capital de
Israel, aun cuando eso implicaba un peligro mortal. Además, emprendió su viaje
con valor, es decir, esforzada,
decidida y vigorosamente.
Y nosotros, ¿qué hacemos ante nuestros compromisos? Por
supuesto, ellos no implican una sentencia de muerte, pero ¿los enfrentamos con
emprendimiento y valor o somos evasivos a ellos? El matrimonio, la familia, el
empleo, los negocios, los estudios, las deudas, nuestra palabra empeñada,
nuestro llamado en el reino de Dios y muchas otras cosas exigen de nosotros la
toma de una decisión: emprender con valor nuestras obligaciones o huir.
Para muchos la decisión más cómoda será huir por caminos “más
tranquilos”, donde no hay presiones, ni responsabilidades a mediano y largo
plazo, buscando una felicidad que nunca llega porque está cimentada en la
publicidad engañosa de este mundo. Mientras que otros elegirán un camino menos
transitado, que conlleva riesgos y peligros, pero que les conducirá a un
destino de satisfacción, logros, crecimiento, realización y éxito.
¡Jesús lo sabía! Por eso les dijo a sus seguidores que debía
ir a Jerusalén; que sufriría y moriría, pero, que después de cumplir su misión,
resucitaría al tercer día (Marcos 8:31).
¡Tú y yo también lo sabemos! Después de asumir nuestras
responsabilidades con emprendimiento y valor, recibiremos la satisfacción de la
obra cumplida y experimentaremos la verdadera realización de nuestra vida.