El Señor es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda. Mi corazón salta de alegría, y con cánticos le daré gracias. (Salmo 28:7 NBD)
Me llama la atención que en la mayoría de las cartas que los apóstoles Pablo y Pedro escribían, deseaban y oraban para que sus lectores fuesen llenos de la paz de Dios en medio de diversas pruebas. Hay una diferencia muy grande entre lo que significa pasar por el sufrimiento, la oposición y las más fuertes batallas sin esperanza alguna y atravesar los senderos más oscuros y tenebrosos con la paz de Dios en nuestros corazones. Sólo quien tiene su confianza puesta en Dios y halla paz en Él puede entonar alabanzas aun cuando esté en el calabozo más profundo y tenga su espalda destrozada por haber sido flagelado por darle honor a Cristo. Tal vez el Señor haya permitido la prueba, pero Él nos da la garantía de que permanecerá a nuestro lado. Es posible que tengamos que pasar por el fuego, o por inundaciones; sin embargo, el Señor promete que nada de eso nos sobrepasará, más bien, tendremos la victoria total sobre dichas circunstancias. Esa también fue la experiencia del salmista, que no fue exonerado de la adversidad, pero que en medio de ella vio la mano poderosa de Dios obrando en su vida. Hoy yo también levanto mi voz para decir que el Señor es mi fuerza (mi fortaleza) en medio de las situaciones más difíciles. Que en medio de los ataques más feroces de mis enemigos, Él es mi escudo y mi castillo en el cual me refugio y estoy a salvo. Que en medio de las aflicciones, mi confianza en Dios me hará un vencedor de ellas. Que durante la crisis y al salir de ella, mi corazón saltará de alegría al ver Sus promesas cumplidas en mi vida y mis labios publicarán con gratitud la forma extraordinaria en que Él me responde. Y tú, ¿qué harás en tiempos de crisis?