Todavía se oye retumbar en nuestros oídos el eco de las palabras de Jesús dirigidas a sus discípulos en aquella oportunidad en que algunos padres les trajeron a sus hijos para que los bendijese: "Dejen que los niños vengan a mí. ¡No los detengan! Pues el reino de Dios pertenece a los que son como estos niños. Les digo la verdad, el que no reciba el reino de Dios como un niño nunca entrará en él" (Marcos 10:14, 15 NTV).
Algunos llamados de atención se cuelan en esta declaración del Hijo de Dios. 1) ¡Dejemos a un lado el menosprecio! Aunque para los judíos tener hijos era una señal de la bendición de Dios, éstos no tenían un lugar de importancia, ni valor en la sociedad. Menospreciar es amar menos; no reconocer el valor que la persona tiene. Jesús insistió mucho con sus discípulos sobre quién debía ser el más importante y, precisamente, uno de los ejemplos que usó fue el colocar a un niño en medio de ellos y asegurarles que para ser el más grande en el reino de Dios había que hacerse como uno de esos pequeños. Hoy debemos seguir tomando esta enseñanza en cuenta. En primer lugar, no tener en poco a aquellos que no están a nuestro nivel social, intelectual, físico, emocional o espiritual, sea chico o sea grande. Los niños no son un estorbo, un mal necesario, un mal cálculo en nuestros planes, o un fastidio en nuestras vidas. Son seres humanos igual que los adultos. Con sentimientos, sueños, necesidades y un propósito definido dentro de la institución que llamamos familia. Ellos merecen ser amados, valorados, escuchados y atendidos; y, en segundo lugar, debemos aprender de ellos a amar, perdonar, ser humildes, a soñar, a tener sentido del humor, a tener contetamiento y muchas otras virtudes y actitudes. 2) ¡Dejemos que los niños se acerquen a Jesús! Los discípulos no entendían nada. Para ellos lo importante era su propia agenda. El Mesías era demasiado importante como para atender a unos "simples niños". Hoy estamos demasiado ocupados como para prestarle atención a las necesidades "menores" de nuestros hijos. No le damos importancia a lo que entra a su mente, ni a lo que hay en su corazón. Somos capaces de dejarlos al cuidado de "otros": los videojuegos, la internet, la TV u otros entretenimientos, sin ningún tipo de supervisión y, lo que es más triste, preferimos exponerlos a ideas y pensamientos egoístas, que permitirles que conozcan a Dios y aprendan a tener una relación personal con él. Jesús, hoy, nos repite la misma frase: "Dejen que los niños vengan a mí. ¡No los detengan! Suena como a una sugerencia, pero también es un imperativo. Si queremos lo mejor para nuestros niños (el reino de los cielos), no les pongamos obstáculos para que puedan conocer al Dios que se hizo como uno de nosotros con tal de salvarlos también a ellos.
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